La Saga del Arcangel Caido
Creado a principios de los años noventa por A. Gerswing y Todd Kebolakis, el Arcángel Gabriel fue parte de una generación de super-héroes que ya no seguían los estereotipos marcados en el sector desde la década de los cincuenta. El mundo atravesaba grandes cambios en aquella época y los cómics, siempre intentando acercarse lo más posible a la realidad, lo reflejaron con héroes más oscuros, menos bondadosos y con villanos con motivos reales para ser malvados dejando a un lado la tocadísima manía de “conquistar el mundo” o, directamente, destruirlo.
La religión siempre ha sido un tema candente y conflictivo incluso dentro del Universo Tripartito. Hace muchos años que
El Predicador (o Monaguillo en las primeras traducciones) era un villano menor destinado en principio a hacer de secundario en las historias en las que aparecía el Párroco actuando como su guardaespaldas o su sicario. Sin embargo, el rabioso personaje de metralleta y sotana despertó las simpatías de los lectores y pronto apareció en numerosas historias como malvado por derecho propio enfrentándose a
Nacía así el Predicador, funesto maníaco homicida cuyos fusilamientos en masa pusieron contra las cuerdas a
El Arcángel Gabriel, en cambio, surgió como un héroe incomprendido y rebelde que se enfrentaba contra sus amos en desigual batalla y perdía. A pesar de haber sido repudiado por aquellos a quienes servía, el Arcángel seguía manteniendo una Fé pura y benévola en algo superior (lo que no le impedía resolver las cosas por las bravas cuando la situación se complicaba) y aunque era perseguido, seguía predicando y haciendo el bien.
Su primera aparición, “El Arcángel Caído”, narraba su caída de los Cielos sobre Zaragotham y la persecución a la que le sometía Uzziel, el Ángel Exterminador enviado por Dios para ejecutarle.
Nuevamente,
Tras la derrota de Uzziel, Gabriel se quedaría en Zaragotham y haría apariciones esporádicas para ayudar a sus amigos super-humanos, creando divertidas situaciones al no estar familiarizado con las maneras de los hombres (por ejemplo, podía distinguir a los superhéroes con o sin traje, lo que a la larga tuvo que reprimir con el Secreto de Confesión). Al principio, el Arcángel se uniría al grupo como uno más para ayudarles contra algún enemigo especialmente poderoso (como The Gañan o Atontación Suma) o demoníaco (detalle totalmente intencionado para apaciguar las iras eclesiásticas y que se identificara más fácilmente a
Era especialmente sonada la relación amor-odio que mantenía con el Capitán Contundente. El fiero vigilante rojinegro era ateo por principios y el mero hecho de que existieran seres celestiales le repugnaba, más aún aliarse con ellos. Por otro lado, el Arcángel Gabriel era bien real y sus poderes, nada desdeñables, le salvaron el pellejo muchas veces. El escudo del Capitán Contundente fue bendecido (para su disgusto) por el Arcángel y durante algún tiempo llevó una “G” grabada (sobre la que el Capitán pintaba su estrella como podía para que no se viese) hasta que el detalle fue eliminado en la estupenda historia “Forja de Héroes” en la que el Escudo era fundido y vuelto a crear mezclando su super-aleación con el metal procedente de un meteorito.
SuperNeuras era harina de otro costal. El inestable héroe tenía su locura para permitirle aceptar sin problemas a un tipo con alas que hablaba con letras góticas. Gabriel, por su parte, le tenía un afecto especial, ya que le recordaba a su amigo, el querubín Pototiel que había sido leal compañero en su juventud. El vínculo entre ambos personajes creció en la magnífica “SuperNeuras voló sobre el nido del cuco” cuando el Arcángel acudió a rescatar a la personalidad secreta de SuperNeuras, internada en un manicomio por chalado.
El Hombre Inadvertido tendría una relación atípica con Gabriel ya que no tratarían apenas como héroes sino como personas. EHI instruiría a Gabriel en las maneras del mundo de los hombres, le enseñaría a decir palabrotas (“¿Cómo puedes pretender que un villano se rinda llamándole “pecador malandrín”?¡Como mucho conseguirías que se muriera de risa!”) e incluso se lo llevaría de juerga por Zaragotham (“Este vino es impuro y está mezclado con algún tipo de sustancia diabólica: permíteme convertirlo en vino justo y puro”). Gabriel, por su parte, mostraría al Hombre Inadvertido imágenes de los seres queridos que había perdido, mostrándole que estaban bien y haciendo que la pistola de dardos de sarcasmo no disparara durante una temporada.
Con tanta aparición en la serie regular de
La tranquilidad de Gabriel se ve truncada con la guerra contra otra deidad simplemente llamada El Dios Llameante cuyos servidores son seres parecidos a los ángeles pero con alas de fuego. Gabriel y su amigo Pototiel dirigen al Ejército Celestial a la batalla contra las Legiones de Fuego. Por desgracia, la víspera de la batalla, Gabriel coincide en un claro apartado con la comandante enemiga, Irakzay y, animado por su Señor, se deja seducir por ella. Su Señor le tranquiliza explicándole que en la guerra vale todo y que puede sacar mucha ventaja de su “aventura”.
Durante días, el Arcángel Gabriel pospone la batalla una y otra vez para poder encontrarse de nuevo con Irakzay. Puesto que su Señor pretende sacar partido de la situación, Gabriel ignora las advertencias de Pototiel, se niega a presentar batalla, totalmente cegado por los encantos de Irakzay. En realidad, todo es una treta de
En el asedio de la ciudad mueren casi todos sus habitantes, entre ellos, Eritrea. A pesar de los esfuerzos de su marido Uzziel por salvarla, la ángel muere entre sus brazos sin que ninguno de los dos sepa el color de los ojos de su hijo. Cuando el Ejército Celestial llega a la ciudad es sólo para encontrar un erial en ruinas y Gabriel es acusado de traidor e incompetente por su propio Dios. Enloquecido de rabia, dolor y tristeza por la masacre que ha causado, Gabriel huye tras
Pero su sorpresa es mayúscula cuando en lugar de
-Yo soy Albakbrunni´ks, Princesa Demonio del Séptimo Palio Infernal -dice con voz maldita-Todo el Reino Celestial pagará por tu debilidad, Arcángel Gabriel. No importa tu destino ni cuan lejos huyas de mí. Me perteneces: ¡ahora y siempre!
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